Escribo esto a la luz de la vela. Observo como la tenue luz de la llama está encendida, pese al viento y a la lluvia que retumba en mi ventana y hay a su alrededor. Luchando valiente, claro está un poco protegida, pero igual da. El viento aúlla o mejor susurra en las ventanas y el cantico de la lluvia adormece mis sentidos e alma. Pongo mis pensamientos en orden, y mi cabeza enumerada. Un pensamiento que me retumba es: Quisiera que viniera la luz y no tener que esforzar tanto la vista para escribir estas líneas, pero a la misma vez no quiero. Pero disfruto mucho la paz de la vela, la lluvia y el leve aullido del viento, los tres elementos unidos para estabilizar mi cuerpo y curar mi alma de impurezas. Al fin no siento con mi cabeza, sino con el corazón dejando sentimientos fluir como un desemboque de río. No tengo tantos años pero mi alma es vieja y con este ejercicio- inconsciente- de meditación e adoración logro escuchar el grito de mi alma y me siento como un niño. Pienso en prender mi IPod y escuchar mi música, pero me arrepiento y lo guardo bajo la almohada. Ya que no lo necesito porque mi corazón y alma tienen música propia y además por aparatos como esos ahogamos los gritos, canciones y pedidos de paz de nuestro cuerpo interior. Ha vuelto la luz y ha vuelto el caos, trate de volver al estado de meditación y reconciliarme pero el fuerte sonido del televisor no me deja, coincidencia tal vez, pero el programa dice:
“Nos vemos luego, sintonízanos pronto.” Y sonrío.
Me siento con esta libreta y añoro el silencio un poco, cojo un buche de aire y vuelvo a la ducha fría de caos que es mi vida.